jueves, 21 de mayo de 2020

Sociología en la Emergencia. Juventudes y desigualdades en tiempos de pandemia.



Carrera de Sociología, Universidad de Buenos Aires



Hablemos de Derechos Humanos en el contexto del Covid-19.


Comisión Estatal de los Derechos Humanos – CEDH Chiapas, México

https://youtu.be/j3nHL87vB6U

Las dimensiones sociales, políticas y económicas de la pandemia



Ante la pandemia de COVID-19 o SARS-CoV-2, propongo comprender e interpretar las dimensiones sociales, políticas y económicas de esta pandemia para poder pensar en las diversas aristas de la crisis y las disputas que existen en torno a sus posibles superaciones.
La potencia y la importancia del acceso abierto.
Poco después de que la secuencia del genoma del COVID-19 fuera identificada por un laboratorio del estado chino, se publicó en forma abierta. El consenso es generalizado: el acceso abierto, libre y gratuito a la información acerca del nuevo coronavirus aceleró las investigaciones y posibilitó que en pocas semanas se obtuvieran avances que hubiesen tomado meses si las restricciones mercantiles hubieran primado. En este plano, la cooperación y el acceso abierto funcionaron. ¿Los conocimientos, tests, tratamientos y vacunas producidos gracias a este acceso abierto estarán también disponibles de manera abierta y pública? Acceso abierto no es lo mismo que ciencia abierta y aquí las políticas públicas y los comportamientos de la comunidad científica serán decisivos.
Distanciamiento social o procesamiento colectivo de la crisis.
En este punto, los debates se multiplican. Algunos autores afirman que el virus aísla e individualiza. Sin embargo, los aplausos colectivos, el arte en los balcones, los comedores populares o los espacios comunitarios en los barrios que procuran seguir funcionando sin romper las medidas de distanciamiento o aislamiento parecen contradecir el carácter absoluto de esa afirmación. Como parte del mismo fenómeno, habría que mencionar los grupos y chats que se multiplican y la intensificación del uso de las redes sociales como modo de comunicarnos con otros en estado de aislamiento.
Ante una crisis con fuertes dimensiones subjetivas y emocionales, el discurso del distanciamiento o el aislamiento no sería el más indicado y más bien habría que apostar a espacios de reflexión, encuentro y tramitación colectiva de la situación. ¿Cómo hacerlo manteniendo medidas de prevención que eviten la propagación de los contagios y preserven a los grupos más vulnerables al virus?
¿La economía o la vida?
Esta encrucijada fue planteada por muchos gobiernos y economistas y reproducida en medios de comunicación y artículos de diversa índole. Ante esto podríamos preguntarnos: ¿es posible pensar y desarrollar una economía para la vida?
Escuché por ahí que una economía en crisis se recupera pero que una vida perdida no vuelve. Si esto es así habrá que disputar cómo y bajo qué lógicas se realiza esa recuperación.
Ante el aislamiento, el teletrabajo aparece como solución tanto para mantener las actividades en un escenario de reclusión como para asegurar cierta productividad mínima a las empresas. ¿Pero todos los trabajadores pueden teletrabajar? Es evidente que no y esto depende tanto del tipo de actividad como de las condiciones de trabajo y de hábitat que estos trabajadores tengan. Así las cosas, el teletrabajo se presenta como elemento que puede aumentar la precarización y las desigualdades sociales y laborales.
Descreídos o aterrorizados.
Las personas reaccionan a la pandemia a partir de dos polos: los escépticos que piensan que todo es producto de algún plan diseñado en un laboratorio, de una conspiración internacional o de una exageración hipocondríaca, y quienes se sienten invadidos por el terror y sostienen que la situación es apocalíptica, terminal.
Algunos datos podrían sustentar el miedo: para este virus no hay vacuna, no se conoce tratamiento ni cura, su tasa de transmisibilidad o contagio es más del doble que las de la influenza más frecuente y conocida y su tasa de mortalidad es entre 50 y 100 veces más elevada que la de esa enfermedad.
Pero desestimar el lugar de los medios en la creación del pánico social sería cuanto menos ingenuo.
Quizá por esto, desde la Organización Mundial de la Salud hablan de una segunda epidemia, la infodemia o epidemia de sobre información, que incluye las noticias falsas o maliciosas, las fake news.
Ante la pandemia, las políticas seguidas por los gobiernos pueden caracterizarse de acuerdo con sus prioridades, como adviertenMalamud y Levy Yeyati.
China antepuso el Estado y la responsabilidad social, Europa confió en la sociedad y los estados parecieron ir a la saga y Estados Unidos apostó al mercado y al individualismo extremo.
Estados UnidosBrasil y Reino Unido niegan la crisis y desamparan a sus poblaciones; aunque este último país tuvo que rectificar de forma abrupta y de emergencia sus políticas del “no pasa nada” y el “dejar hacer, dejar pasar”.
¿Emergerá de las políticas seguidas en la pandemia una reconfiguración del multilateralismo contemporáneo? Pareciera que China o Cuba (quizá también Rusia) se presentan al mundo como países solidarios, mientras que Estados Unidos y las potencias europeas se cierran sobre sí mismas y miran a las otras naciones con egoísmo y recelo. Con contadas excepciones, la cooperación o, al menos, la coordinación entre los países, estuvieron ausentes.
Muchos gobiernos aprovechan esta situación imprevista para profundizar sus rasgos autoritarios y las políticas de descuido de grandes mayorías.
En algunos países se instauran estados de sitio o toques de queda, incluso antes que las medidas de prevención o el fortalecimiento de la salud pública, que parecen apuntar a disipar manifestaciones y movilizaciones callejeras que han tomado plazas y ciudades de América Latina y el Caribe en los últimos meses.
Brasil, Bolivia, Ecuador o Perú son ejemplos de esto. En Chile, el gobierno destinó más recursos a reequipar a los carabineros para la represión social que a fortalecer el sistema de salud ante la escalada de casos de coronavirus. Ante la guerra contra el nuevo coronavirus, el militarismo crece en la región como espectro que vuelve a proyectarse sobre las sociedades, las resistencias y los grupos más oprimidos.
¿Es posible mantener un aislamiento social obligatorio con economías informalizadas en un 40 o 50%?
Sin dudas, ésta es una pregunta que se responderá en la práctica con la experiencia, pero pareciera que es posible con la ampliación de las políticas sociales de apoyo y contención. Quizá sea el momento de pensar en un ingreso mínimo universal, por ejemplo, como vienen proponiendo los impulsores de la Tasa Tobin y ATTAC desde hace algunas décadas.
Sin embargo, quisiera discutir la creencia que sostiene que el aislamiento es algo para los sectores medios o medios altos y que en los barrios populares no se cumplen las medidas de prevención porque la pobreza genera caos o anomia. En principio, acaso no sea ocioso apuntar que se hizo más que evidente la resistencia de la población con mayores ingresos a cumplir el aislamiento. En contraste, mi experiencia con las poblaciones más desamparadas me permite afirmar que los barrios, las comunidades y los territorios despliegan estrategias de cuidado de otras maneras, con otras modalidades. Claro que el hacinamiento dificulta la distancia social, por supuesto que los trabajadores informales y precarizados necesitan ingresos día a día. Pero no se puede subestimar la persistencia y la potencia de la organización social comunitaria, también para asegurar la prevención, si es necesario, mediante el aislamiento o la distancia. Los habitantes de los barrios populares lo cumplen creando otras maneras de cuidado y prevención.
Las políticas públicas adoptadas ante la pandemia profundizan las desigualdades sociales.
En una sociedad desigual, las crisis se producen, impactan y se tramitan de manera desigual. Dentro de las desigualdades multidimensionales, destacaremos algunas.
De género y cuidados. Como señala Karina Batthyány, las medidas de aislamiento social que se están aplicando en la mayoría de los países ponen en evidencia uno de los eslabones más débiles de la sociedad: los cuidados. Si bien las mujeres son las más afectadas, la solución no pasa solamente por repartir más equitativamente el cuidado entre varones y mujeres a nivel individual; sino porque su importancia y valor se reconozcan y puedan ser provistos también en parte por la sociedad y con el Estado asumiendo su responsabilidad.
Generacionales. Aquí podemos señalar tanto las maneras disímiles en las que el virus afecta a personas mayores y jóvenes, como la diferente relación de las distintas generaciones con el mundo digital, la posibilidad de autonomía de los más jóvenes que se ve limitada ante condiciones de aislamiento y la situación de los trabajos precarios (reparto a domicilio, empleos en comercios), que suelen emplear a jóvenes y que son los que muchas veces continúan trabajando sin posibilidad de aislamiento o protección.
Educativas. Un aspecto de estas desigualdades puede derivarse de las generacionales, ya que no todos los estudiantes tienen las mismas condiciones y posibilidades de asumir las tareas escolares en el hogar. Desiguales son las condiciones habitacionales, las posibilidades de los padres de acompañar los ejercicios, los recursos tecnológicos, el acceso a materiales, los envíos por parte de las escuelas. No todas las escuelas y universidades tienen los mismos recursos tecnológicos y esto refuerza desigualdades que se expresan en sus estudiantes y docentes y en sus entornos. Las desigualdades educativas son también experimentadas por las y los docentes, que se exponen a exigencias mayores y a un gasto de recursos propios que casi nunca es reconocido o recompensado.
Perspectivas.
Milton Friedman afirmó que, ante una crisis, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que “flotan en el ambiente”. Naomi Klein recupera esto en su libro La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre (2007) para señalar el carácter inducido de algunas crisis o desastres en el capitalismo contemporáneo que alimentan las doctrinas del shock.
Si parafraseamos a Friedman revisitado por Klein y pasado por el tamiz gramsciano, uno de los principales desafíos que tenemos durante y después de la pandemia es hacer que “las ideas que flotan en el ambiente” no sean las del capitalismo neoliberal, extractivista y predador. Una disputa hegemónica.
A partir de lo que aquí analizamos, parece que una de las certezas de salida no neoliberal (ojalá también no capitalista) de esta pandemia será el fortalecimiento de los sistemas de salud pública. Otra debería ser la renta básica universal que garantice ingresos mínimos a toda la población.
Asimismo, esta coyuntura reabre y alimenta las discusiones y las disputas por lo público, por lo común. ¿Cómo continuar disputando el espacio público con calles vacías? Raoul Vaneigem sostiene que el confinamiento no abole la presencia en la calle, la reinventa.
Perseverar en lo público y en lo común y poner la vida en el centro es un camino propositivo para hoy y para lo que vendrá.
Asumiendo que la prevención es fundamental en este momento y quizá en los años por venir, pareciera que la responsabilidad y la solidaridad sociales, junto a políticas públicas (no solo estatales) integrales, situadas, territorializadas, singulares y efectivas son un camino posible de cambio de lógica y construcción de alternativas. Me refiero a otras políticas públicas para contrarrestar los dispositivos sociales de producción y reproducción de las desigualdades y avanzar hacia la producción de una igualdad diversa, que reconozca y se configure a partir de la diferencia.

jueves, 20 de julio de 2017

Participación en el Programa Caminos de tiza (TV Pública de la Argentina) acerca de "La función de la escuela en la adolescencia".

Gracias a Mirta Goldberg por la invitación.


https://www.youtube.com/watch?v=y4tfNU0FvBc


https://www.youtube.com/watch?v=qsa1ecf9HeU




domingo, 5 de junio de 2016

“Las juventudes exigen modalidades de aprendizaje fuera del ámbito escolar”

Pablo Vommaro, doctor en Ciencias Sociales de la UBA y uno de los disertantes del Congreso de Ciudades Educadoras, sostiene que la educación hoy tiene otro sentido para los jóvenes quienes adquieren muchos de los conocimientos fuera del aula.
Nota publicada en Rosario3.com el 2 de junio de 2016 por Sofía Espejo. URL: http://www.rosario3.com/noticias/Las-juventudes-exigen-modalidades-de-aprendizaje-fuera-del-ambito-escolar-20160602-0027.html

Hoy, en el segundo día del XIV Congreso Internacional de Ciudades Educadoras, Pablo Vommaro, profesor de Historia, investigador del CONICET y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, participará como ponente en la mesa “Juventudes interpeladas. De los problemas de las juventudes a la ampliación de derechos”, junto a Ernesto Rodríguez y Carles Feixa Pampols.
“El concepto de ´juventudes interpeladas” tiene que ver con pensar disparadores que nos ayuden a pensar reflexionar sobre los jóvenes. Hay un doble juego: las juventudes nos interpelan y a la vez los investigadores interpelamos a las juventudes. Las juventudes están todo el tiempo invitándonos a realizar reflexiones innovadoras, a actualizar los pensamientos y formas de abordaje”, explica Vommaro, quien además posee un Posdoctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud avalado por CLACSO.
Los temas que se abordarán en la mesa de diálogo tienen que ver con rasgos característicos de las juventudes actuales. Como detalla el investigador: “Por un lado, la diversidad, que no debe ser vistao como una falencia o un elemento de vulnerabilidad o de dificultad para poder trabajar con los jóvenes, sino más bien como una característica propia de los mundos juveniles hoy: vivir en la diferencia, poder buscar lo común en la diferencia. Y una segunda característica tiene que ver con las desigualdades que atraviesan las sociedades latinoamericanas pero que se agudizan o profundizan si se las cruza con la dimensión generacional, es decir, la desigualdad en términos de generaciones. Estas diversidades y desigualdades de las juventudes van a ser abordadas a partir de dinámicas urbanas de procesos de disputa por lo público, de uso, producción y apropiación del espacio, entendido como territorio, como un lugar social y políticamente producido”.
Considerando los cambios producidos por la sociedad tecnologizada, en aspectos relativos a la educación, el trabajo, la familia, ¿Cómo es el joven hoy? ¿Qué se le exige desde la sociedad, qué problemáticas enfrenta y cuál es el rol que ocupa?
No sé si hay una definición unívoca de lo que es el joven hoy, sino que más bien hay que hablar de las pluralidades, diversidades, multiplicidades que caracterizan a las juventudes actualmente. Partiendo del análisis de las juventudes en plural considero que hoy en día los conceptos de educación, trabajo y familia están fuertemente transformados, así como las otras instituciones modernas, el Estado y las formas de relacionamiento entre las juventudes y las políticas públicas. Pero también cambiaron los sentidos que las juventudes producen y otorgan a estas instituciones. Por ejemplo, hoy en día, el lugar y el significado que tiene la educación en los jóvenes es muy distinto al que tenía hace 40 años. La educación hoy con las nuevas tecnologías tiene otro sentido, ya no podemos pensar solamente en los espacios de educación formal sino que es necesario pensar en otros ámbitos educativos, no formales, de formación continua y más cotidiana.
Actualmente, la mayoría de los conocimientos que los jóvenes incorporan se adquieren fuera del ámbito escolar, en la relación directa que tienen con los dispositivos tecnológicos y con sus pares. Es por eso que hay que descentrar la educación puramente del espacio escolar y hay que pensar en políticas públicas que propongan otras modalidades de aprendizaje que las juventudes necesitan hoy para poder incorporar y producir el conocimiento, incorporando otras formas de relacionarse, otros lenguajes que desbordan lo que se produce exclusivamente en el aula.
Similares reformulaciones se dan en el ámbito del trabajo. Hoy en día los sentidos del trabajo para las juventudes son muy diversos, no solo porque no se piensa en un trabajo permanente, donde uno vaya progresando y ascendiendo, sino que son más bien trabajos intermitentes, esporádicos, discontinuos, en especial en jóvenes de sectores populares en los que hay mucha informalidad. No hay trabajos como horizontes o como metas, hay salidas y entradas. En un mercado laboral precarizado globalmente son las juventudes las que más están sufriendo.
Como contracara, uno puede pensar que la mano de obra está juvenilizada y que muchas habilidades, como el manejo de las nuevas tecnologías que hoy en día son requeridas como fundamentales para un empleo, son patrimonio de las juventudes. Entonces, es posible decir que los jóvenes están más preparados para la empleabilidad presente por usar las nuevas tecnologías, por ser nativos digitales, pero simultáneamente están más precarizados y flexibilizados. Uno de los indicadores que nos muestra esto es que el desempleo juvenil en la mayoría de los países es dos a tres veces más que el desempleo adulto. Creo que es otro de los elementos a tener en cuenta para analizar la relación entre juventudes y empleo.
Se habla constantemente de las generaciones Y, Z, milllennials. Esta rotulación permanente, ¿es una simplificación o reducción del concepto de joven?
Sin dudas eso es una reducción, pero es interesante pensar características que puedan ayudar a comprender a algunas generaciones que tienen que ver con rasgos epocales. Hablar de generaciones para concebir a los jóvenes nos ayuda a pensar las juventudes como producciones situadas, témporo-espaciales, sociohistóricas, culturales, relacionales y contribuye a su interpretación. Obviamente uno no podría pensar a las generaciones como algo homogéneo, unívoco. Estas tienen que ver también con los lugares donde se gestan; territorios y generaciones son dos nociones muy emparentadas.
¿Pensás que en esta revalorización de lo juvenil hay una sobreestimación de lo joven como atributo en detrimento de todo lo que no es innovador, emprendedor o atractivo?
Creo que hay una sobreestimación de lo juvenil en cuanto a “lo nuevo”. Creo que asistimos en los últimos años a un proceso de “juvenilización” de la vida, del trabajo, de las pautas sociales, de consumo, etc. Pero creo que ese fenómeno muchas veces se sobreestima y se hace una asociación lineal entre juventud y novedad, juventud e innovación. La característica generacional de las juventudes es que necesitan abrirse paso en un mundo ya dado, que ya les preexiste, con relaciones sociales y de fuerza ya previstas, pautas de comportamiento y estructuras establecidas. Ellos tienen que hacerse su lugar en un status quo ya consolidado y ese irrumpir en un mundo producido por otros crea conflictos, disrupciones, y lleva a buscar posibilidades de innovación. Hay jóvenes que siguen reproduciendo, copiando esa sociedad dada, con sus propias formas de participación, que no son nuevas pero son juveniles. No hay que asociar solo lo juvenil con lo diferente, sino con formas de relacionarse, de ser, estar y aparecer en el mundo.
Se habla de que en los últimos diez años el joven volvió a ocupar un rol protagónico y participativo en el escenario político que en los 90 se había perdido. ¿Considerás que esto sucedió así y por qué?
En estos últimos años, no solo en Argentina sino a nivel mundial, en muchos países como Chile, Colombia, México, Brasil, Uruguay, Guatemala, Honduras, las juventudes aumentaron su protagonismo político, su visibilidad. Ahora, eso no creo que eso sea una emergencia de juventudes dormidas que se politizan repentinamente o que regresó la política luego de años de aridez o de inactividad. Creo que las formas de politización de los 90 fueron muy distintas a las de los 80 y a las de post 2001, pero son las que permiten la politización de los últimos diez años. Entonces, no creo que pueda entenderse la politización de la última década sin advertir que los años anteriores también tuvieron espacios de participación, quizás no referenciados en el Estado o los partidos políticos sino más volcados a movimientos territoriales, barriales, rurales, que buscaban autonomía.
Creo que es comprobable que en los últimos años aumentó la participación política juvenil en forma visible, más efectiva, más pública, pero no diría que fue un retorno de la política tras años de sequía. Una de las innovaciones o fenómenos de la politización de esta última década es que el Estado regresó como espacio interesante de producción política, como arena de disputas, y como posible escenario para elaborar el cambio social. Las políticas públicas volvieron a interpelar a las juventudes. Eso sí es un cambio fuerte respecto a otras épocas. Antes del 2001 las juventudes militaban contra el Estado, teniéndolo como adversario o paralelizándolo, buscando espacios alternativos, luego del 2003 los jóvenes regresaron su mirada hacia el Estado, volvieron a ver la política pública como un espacio posible de participación. Ya no se milita contra lo estatal si no que se milita por, desde o para el Estado, hay un acercamiento hacia las instituciones públicas. Eso es un signo distintivo de la politización en Argentina esta última década.
¿Qué es para vos una ´ciudad educadora´? ¿Qué debe hacer una ciudad, desde sus diferentes sectores, para ser una ciudad educadora?
Es una ciudad que promueve los espacios para encontrarse, que preserva y busca ampliar los espacios públicos, que brinda oportunidades y busca fortalecer los colectivos juveniles con capacidades ya producidas y no siempre estar creando programas públicos que se superpongan con lo que ya existe. Es una ciudad que preserva las formas de estar juntos, que busca espacios de despliegue de las potencialidades y que reconoce la capacidad social de los jóvenes para buscar formas de educación, de empleo, de relacionamiento, de producción cultural que son alternativas y potentes.

viernes, 31 de julio de 2015

Hay una juvenilización de la sociedad - Entrevista en el Diario Pagina 12 - julio 2015

“Hay una juvenilización de la sociedad”

Pablo Vommaro reflexiona sobre la revalorización de los jóvenes y advierte que, en paralelo, se produce “una lectura de conflictos políticos en clave generacional”, por la que ciertos conflictos “no se presentan como disputas ideológicas sino como disputas generacionales”.

“La juventud aparece hoy como un valor en sí mismo. En política, y a nivel social en general, decir que un político o una fuerza política son jóvenes ya significa un atributo positivo”, afirma Pablo Vommaro, autor del libro Juventudes y políticas en la Argentina y en América Latina, primer volumen de la colección “Las juventudes argentinas hoy: tendencias, perspectivas, debates” (Grupo Editor Universitario). Posdoctor en Ciencias Sociales e investigador de Clacso, Vommaro señala –en diálogo con Página/12– aspectos que identifica como las ramificaciones de un proceso de “juvenilización” y asegura que muchas disputas políticas que son de naturaleza ideológica aparecen hoy bajo la forma de “disputas generacionales”: la nueva política contra la vieja.

–¿Por qué propone un “enfoque generacional” para estudiar a las juventudes y sus relaciones con las formas políticas?
–En parte tiene que ver con un desplazamiento de dos conceptualizaciones que, aunque parecen antiguas, siguen estando operativas sobre todo en el sentido común y en algunas políticas públicas. Por un lado, una concepción de los jóvenes más en clave biologicista: la juventud sólo como ciclo de vida. La segunda cuestión de la que era importante correrse era la concepción de la juventud en tanto moratoria. Es decir, en tanto suspensión del ciclo de vida, como un paréntesis: no es niño ni adulto, todavía no es ciudadano, todavía no es padre, todavía no es trabajador. Está en un momento propedéutico de introducción para cuando sea grande. La perspectiva generacional permite desplazarse de esas dos conceptualizaciones y, en segundo lugar, permite incorporar una serie de dimensiones sociales, culturales, históricas, relacionales que permite encarar a la juventud como una producción social.

–¿Este concepto más maleable de juventud es el que le permite identificar un proceso de “juvenilización” en la sociedad?
–Totalmente, y yo creo que es uno de los proceso más estructurales, que permite también entender el lugar importante de la juventud hoy en la política. Yo creo que en el mundo contemporáneo hay dos procesos que son la juvenilización y la feminización de la sociedad. La feminización tiene que ver con un montón de atributos supuestamente femeninos que hoy en día están difundidos por todas las dimensiones sociales. Y la juvenilización responde a una creciente importancia y valorización de lo juvenil en el conjunto de la vida social, no sólo de los jóvenes como sujetos, sino de atributos que podemos interpretar como juveniles. Tanto en las dimensiones culturales, en las pautas de consumo, estilos de vida, en la fuerza de trabajo y en otros ámbitos como las sexualidades o las migraciones y, claro, en la política.

–¿La juventud es hoy un atributo valioso para la política?
–Hoy lo juvenil se ha convertido en un valor positivo, que genera adhesiones y simpatías. Podemos decir que la juventud aparece como un valor en sí mismo. En política y a nivel social en general decir que un político es joven o una fuerza política es joven ya significa un atributo positivo. Y está bueno pensar cómo se construyó eso, porque hace 30, 40 años ¿qué se valoraba en política? La experiencia. Es el típico discurso de Perón, de Balbín: “Yo sé gobernar y como ya goberné, los quiero seguir gobernando”. Hoy en día, salvo excepciones, es “yo soy joven, yo no sé de política”. El paroxismo es Miguel Del Sel: “Yo soy un actor que no sé ser diputado, no me interesa la política, no quiero ser político: vótenme para gobernador porque no soy un político”. Entonces, hay una cuestión de una productividad de lo joven, hay una lectura de conflictos políticos en clave generacional. Es decir, conflictos que en realidad son de modelos políticos, de objetivos, de ideología, no se presentan como disputas ideológicas o de modelos políticos: se presentan como disputas generacionales: la nueva política contra la vieja política.

–¿Los ’90 no fueron años de apatía y desmovilización juvenil, como suele decirse?
–Los ’90 no fueron un momento de apatía, ni descompromiso, ni desinterés militante. Fueron un momento de recomposición militante. Uno puede ver un ciclo donde en los ’80 y fuertemente a partir del ’83 hay una primavera de participación democrática que se suele leer como participación de juventudes partidarias: la Coordinadora radical, la Juventud Universitaria Intransigente, el MAS, la Juventud Universitaria Peronista. Pero también hay una militancia barrial fuerte y una militancia en movimientos como son los de derechos humanos, que no son estrictamente partidarios. Si uno piensa que los ’80 fueron un momento de gran participación política, con la crisis de la deuda, las leyes de impunidad y un montón de cosas que demostraron que con la democracia no se comía, no se educaba y no se curaba, se produjo un desencantamiento ciudadano muy fuerte. Entonces vino el menemismo a prometer que se iba a recomponer esa confianza. Y se ven los ’90 como un momento de resistencia al neoliberalismo, pero con descompromiso, como una resistencia fragmentada, desde la individualidad, y con el aumento de la pobreza, el desempleo, la ruptura de lazos sociales. Todo eso existió y es un costado, pero también los ’90 fueron un momento de resignificación política donde la política en los barrios, la política de proximidad, la discusión de la representación por sobre la participación y todo lo que emerge o estalla en el 2001 comenzó a gestarse. Entonces yo diría que los ’90 no fueron un momento de descompromiso, sino de generación de otras formas de compromiso político, alternativas al sistema político y sus canales instituidos de la política.

–¿Qué pasó con los jóvenes luego de la crisis del 2001?
–Todo eso que señalé sigue existiendo, pero hay también un regreso a una confianza en el Estado y a un reencantamiento con lo público, que tiene dos costados: por un lado, una nueva centralización en el Estado como arena de disputa o como herramienta de cambio social. Si en los ’90 se militaba contra el Estado, después del 2003 y claramente desde el 2008 hay muchas juventudes que militan por el Estado, para el Estado o desde el Estado. Y eso no sólo tiene que ver con las juventudes kirchneristas, sino con varias fuerzas oficialistas a nivel provincial o distrital. Pero también hay un segundo proceso que tiene que ver con la ampliación de lo público, con la aparición de lo público no estatal. Por ejemplo, hoy aparece una política pública que para ser eficiente tiene que estar ejecutada desde los territorios y tiene que aliarse con organizaciones sociales. Ya un Estado no puede operar casi ninguna política pública sin que haya gente que la milite.

–¿Esa es una de las explicaciones posibles de por qué el kirchnerismo hace tanto hincapié en la juventud como uno de sus pilares?
–Sin duda. En el kirchnerismo coexisten al menos dos discursos sobre la juventud que son bien interesantes porque parecieran contradictorios, pero coexisten sin demasiado conflicto. Por un lado, lo que yo llamo la juventud futuro: una apelación a los jóvenes como los dirigentes del futuro: “Ustedes son mi relevo”. Ese discurso, que es más bien clásico, coexiste con el de la juventud presente, que es: “ustedes tienen hoy la responsabilidad, asuman hoy la responsabilidad”. Entonces hoy el ministro de Economía es joven, hay lugar para los jóvenes en la lista de diputados. Estos discursos contradictorios también moldean alguna política pública: hay algunas políticas públicas que están pensando más en formar a los jóvenes para mañana y otras que están pensando más en cómo los jóvenes pueden participar hoy.

–En su libro señala que hubo una ampliación de derechos y políticas públicas que alcanzaron a los jóvenes, pero que a la vez se sigue manteniendo un enfoque “adultocéntrico” en la puesta en marcha de estas medidas. ¿A qué se refiere?
–Creo que las políticas públicas de juventud tienen sobre todo dos falencias fundamentales: siguen siendo adultocéntricas y no son integrales. Lo adultocéntrico tiene que ver con políticas públicas de juventud pensadas desde el mundo adulto, sin participación o con participación subordinada de los jóvenes en su formulación. Siempre uso el ejemplo de las políticas de género: hoy es impensado que cualquier política de género no tenga participación de las mujeres en su planificación. Ahora, se naturaliza que los adultos formulen políticas públicas para los jóvenes. Tiene que ver mucho con cómo involucrar la participación directa no de jóvenes aislados, sino el protagonismo de colectivos juveniles. Pensar cuáles son las capacidades, qué saben hacer esas juventudes y cómo poder aprovechar esas capacidades para potenciar o fortalecer una política pública. Y cómo incorporar también las concepciones que tienen los jóvenes sobre determinados temas en las políticas públicas. Por ejemplo, muchas políticas de empleo siguen pensando en reinsertar al joven o mejorar su empleabilidad en el mercado laboral, pero no se centran en la concepción que los jóvenes tienen hoy del trabajo, que es muy otra a la de algunos años atrás: es un trabajo que está mucho más vinculado a la satisfacción de necesidades inmediatas y al consumo que al trabajo como un recorrido de vida que me da una satisfacción personal. Eso no se lo incorpora en los planes de empleo y hace que muchos planes fracasen.
Entrevista: Delfina Torres Cabreros.

Entrevista en Ni a Palos (Diario Tiempo Argentino)



ENTREVISTA A PABLO VOMMARO



Por Diego Sánchez
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Más allá de las lecturas que acaso lo reduzcan a un slogan, una invocación coyuntural o una fina trama dentro de las lógicas de mercado, el peso de las juventudes en el mundo contemporáneo es, desde hace décadas, insolayable a la hora de analizar las distintas dinámicas sociales. Política, economía, lenguaje se articulan, en todos sus niveles, alrededor de la noción de “joven”, y sobre eso intenta reflexionar “Las juventudes argentinas hoy: tendencias, perspectivas, debates” (Grupo Editor Universitario), una nueva colección de ensayos que abordan diferentes temáticas generacionales. Política, participación, territorio digital, género, sistema carcelario y educación son algunos de los ejes de esta serie de reciente aparición. Pablo Vommaro es su director y autor también de unos de sus títulos, Juventudes y políticas en la Argentina y en América Latina. Con él hablamos de la “juvenilización” del mundo, las formas que adquiere la participación política y las tensiones a la hora de pensar políticas públicas de juventud en Argentina.

¿Por qué elegir a la juventud como objeto de estudio?
Hoy las juventudes en el mundo contemporáneo tienen una incidencia social muy importante. En muchos países las movilizaciones, los colectivos y las producciones juveniles marcan la dinámica social. Eso tiene que ver con un proceso que podría resumirse como de una “juvenilización” del mundo: una “juvenilización” de la fuerza de trabajo, de las pautas de consumo, de las subjetividades, esa idea de que hoy los padres se parecen más a los hijos que los hijos a los padres. Esa frase del sentido común habla de un proceso de visibilización y de protagonismo juvenil importante. Yo creo que desde hace unas dos o tres décadas, y creo que va a ser así al menos por un tiempo, entender las dinámicas juveniles es una puerta de entrada para entender la dinámica social. Comprender los modos de hacer política, de manifestarse de los colectivos juveniles te permite entender gran parte de los conflictos políticos hoy. En ese sentido la idea de la colección es entender cómo se produjo este proceso sin naturalizarlo sino más bien desmenuzándolo.
Tanto esa “juvenilización”, como también la “feminización”, son ejes que marcan el pulso de las dinámicas sociales contemporáneas. ¿Cómo creés que modificaron las estructuras para pensar lo social, lo político, lo económico?
Yo creo que como todo proceso social, o al menos como yo miro todo proceso social, el aporte de estos procesos es ambivalente. No hay que negar que son procesos que tienen que ver con la producción capitalista, hoy en día las subjetividades se han vuelto objeto de procesos de producción. Entonces tenés, por un lado, apropiación de pautas femeninas, de pautas juveniles, de modos de ser por parte del sistema capitalista, pero también una dinámica que abre potencialidades. Porque uno puede decir que esta “juvenilización” del mundo también le da un protagonismo social a los colectivos juveniles cuando antes estaban más relegados a una subordinación o a un relevo generacional a futuro. Y si bien hoy eso sigue todavía levemente en pie, se le da a la juventud una oportunidad para el despliegue de potencialidades que antes quizás no tenía o estaba mucho más tensionado. Hay más consenso social para que los colectivos juveniles o de mujeres ocupen lugares sociales de mayor relevancia. Creo que esa es la oportunidad, sin dejar de ver la otra cara que tiene que ver con la apropiación de estos procesos por parte de la producción capitalista. No es que estamos a las puertas de un socialismo donde los jóvenes son iguales y las mujeres tienen todos los mismos derechos, pero sí hay que ver este proceso de ampliación social. El objetivo es visibilizar dinámicas que se pueden desplegar como una potencia transformadora aunque hoy en día todavía sean contradictorias.
¿Por qué pensar en “juventudes”?
La noción de “juventud” como sujeto social y político es más bien reciente, comienza en el período de entreguerras y tiene su gran quiebre en los 60. A partir de ahí la juventud gana, digamos, un lugar como sujeto, con producciones propias, música, cultura, sexualidad, formas de ser… Ahora, hoy en día creo que es imposible hablar de la “juventud”, de un sujeto social homogéneo. Creo que hay que desnaturalizar a la juventud como algo dado para empezar a ver sus diversidades, que no siempre supone algo positivo porque también incluye a las desigualdades.
En tu libro hablás de “diversidad y desigualdad” como dos de los principales rasgos de las juventudes hoy.
Exactamente. Creo que hay dos dinámicas políticas fundamentales hoy en Argentina y en América Latina, que son, por un lado, el tema de la dinámica diversidad/desigualdad, o diferencia/desigualdad, y por otro lado la cuestión de lo público. La dinámica diversidad/desigualdad tiene que ver, por un lado, con abordar la diversidad como una característica de esas juventudes, y verla no como una debilidad sino como una condición de posibilidad para desplegar potencia, y, por otro lado, poder ver la desigualdad. Hoy en día muchos indicadores económicos están peor entre los jóvenes. El desempleo juvenil, en la Argentina, es casi el doble, y en algunos países el triple, que el desempleo adulto. Hay que ver también las desigualdades de género, culturales, laborales, educativas. Y creo que ahí el desafío es cómo construir una igualdad que no sea homogénea, cómo construir una política hacia la igualdad que no homogenice y rescatar la diferencia en la igualdad.
Tu libro aborda la participación política juvenil en Argentina y América Latina. ¿Cuáles son las características fundamentales de estas experiencias?
Mi interés por los modos juveniles de hacer política tiene que ver con un interés por los modos sociales de hacer política, no sólo juveniles. En ese sentido, las formas de participación política o las configuraciones generacionales de la política hoy tienen que ver fuertemente con acción directa, con la escenificación en el espacio público, con una ocupación y una disputa por lo público, y que tiene que ver también con formas de democracia directa o al menos de tensión entre participación y representación, aún en los grupos juveniles más asociados con lo partidario o que puedan mantener cierto verticalismo. Todo militante juvenil quiere participar, se reúne para tomar decisiones colectivas, aunque sea a nivel local o aunque luego haya una “bajada de línea”. Hay una tensión, que en algunos colectivos es mucho más amplia y en otros es aún larvada, entre participación y representación. Y después lo que tiene que ver fuertemente con todo lo relacionado con los territorios digitales, que no son solamente formas de comunicar o visibilizar la práctica política, sino que muchas veces configuran esa práctica, aunque yo creo que, como dicen algunos brasileños, todavía existe tensión entre lo online y lo offline, la dinámica presencial sigue siendo muy fuerte.
¿Qué diferencias encontrás entre la participación política juvenil en Argentina y en el resto del continente?
Creo que en Argentina lo que sucede es que, por un lado, hay un sistema político partidario que, si bien entró en una crisis muy fuerte en el año 2001, es de alguna manera más estable o más sólido en comparación con, por ejemplo, Brasil. Hay una posibilidad de canalización a través de la política partidaria más fuerte. El proceso de recomposición estatal también es fuerte, al Estado se lo ve como un espacio de posible intervención política, no como adversario solamente sino como una arena de disputa política o una herramienta. Y creo que en Argentina además el lugar del territorio cobra una singularidad que se imbrica con la experiencia obrera, estudiantil, con la experiencia de muchas comunidades religiosas, que se entrelazan y producen movimientos colectivos que hoy parecen novedosos pero que si uno rastrea están mucho más enraizados en procesos de mediana duración que lo que uno podría ver. En Argentina hay un lugar de lo partidario mucho mayor que en otros países pero igual en otros países también existe. En Chile, por ejemplo, la movilización estudiantil ha producido nuevos procesos juveniles y hasta diputados que han conquistado lugares en el sistema político, lo mismo en Brasil. En Argentina tiene más fuerza pero no es un proceso que no se produzca en otros países hoy.
¿La mayor participación de los jóvenes en política y en muchos casos en el propio Estado produce una mayor elaboración de políticas públicas juveniles? ¿Cómo ves en Argentina la correlación entre esa “juvenilización” y el trazado de políticas sectoriales o con perspectiva “juvenil”?
Hoy en día la mayoría de las políticas que atañen a la juventud son elaboradas sin participación de los jóvenes. La única política pública reconocida como de juventud es la sectorial, en espacios como la Subsecretaría de Juventud, donde sí hay participación de jóvenes, pero no hay participación juvenil en otros temas de agenda pública, por ejemplo, seguridad, trabajo, educación, un montón de temas que son de políticas públicas de juventud y que no se visibilizan como tales. Creo que falta asumir como políticas públicas de juventud otras políticas que no son las sectoriales. Por ejemplo, los planes de empleo juvenil o el sistema educativo. Falta una participación y una transversalidad de lo generacional en la política pública, que sí lo hay con las cuestiones de género. Hoy cualquier política social tiene su dimensión de género y no tiene su dimensión generacional, juvenil.
En tu libro señalás que el sector de la juventud es uno de los más beneficiados por la ampliación de derechos de las últimas décadas en la región. ¿Qué falta todavía?
Creo que un plano fuerte tiene que ver con salud sexual y reproductiva, sobre todo en la mujer pero no solo en la mujer, que incluye el derecho al aborto o al menos al aborto no punible y que afecta fuertemente a la juventud aunque, otra vez, no se tematice como política pública de juventud. Otro tema es el trabajo. Las políticas laborales están muy enfocadas en ayudar a que los jóvenes se inserten en el mercado de trabajo, pero no hay herramientas para ver en qué condiciones lo hacen. Es el empleo y no las cárceles hoy una puerta giratoria para los jóvenes, porque entran, están seis meses, un año, y son expulsados por el propio mercado laboral que los sobreexplota en jornadas de doce o catorce horas, que les paga poco, que no les da vacaciones, que no les da permisos de estudio. Creo que la política laboral tiene que poder incidir en las condiciones de trabajo de esos jóvenes. Un tercer pendiente tiene que ver con el medio ambiente, que no tiene que ver solo con la ecología sino con condiciones de vida, con salubridad, con poder recuperar espacios agrícolas para que las juventudes rurales tengan su espacio de desarrollo. El modelo sojero muchas veces expulsa población y mucha de esa población es en gran parte juvenil. Como cuarto punto yo marcaría el tema educativo, que en Argentina hay algunos desafíos que por suerte están resueltos, como la gratuidad o la cobertura, pero falta lo que tiene que ver con la calidad, con la retención, con las condiciones del sistema educativo y, sobre todo, en la enseñanza media. Y lo último tiene que ver con la cuestión del espacio público y el derecho a la ciudad, todo lo que tiene que ver con la segregación urbana, que aunque no esté tematizada como juvenil, de nuevo, es juvenil, porque son los jóvenes los segregados a las periferias urbanas, los criminalizados o judicializados cuando van al centro. Por ejemplo, la Marcha de la Gorra en Córdoba tiene que ver con eso, con que los jóvenes de gorrita, de clases populares, si van al centro de Córdoba son detenidos por la policía. Estos, creo, son los cinco grandes problemas de agenda que no están resueltos y que deberían serlo. Y digo cuál no: el tema de los llamados “jóvenes ni-ni”, una noción que victimiza y culpabiliza a las juventudes, diciendo que el problema de las juventudes es que no hacen ni una cosa ni la otra, y por lo tanto hay que interpelarlos desde la incapacidad para incluirlos en un sistema social. Esa forma de interpelar a las juventudes es totalmente improductiva y contraproducente. Hay que evitar caer en estereotipos fáciles.

Títulos de la colección:

Juventudes, políticas públicas y participación, de Melina Vázquez

Conexión total, de Marcelo Urresti, Joaquín Linne y Diego Basile

Radiografías de la experiencia escolar, de Pedro Nuñez y Lucia Litichever

Tiempo de chicas, de Silvia Elizalde

Adentro y afuera, de Silvia Guemureman

Juventudes y políticas en la Argentina y en América Latina, de Pablo Vommaro